Nueva Nobel de literatura 2020 Louise Glück: ¿Posconfesionalismo” o Universalidad?
- Adalberto Bolaño
- octubre 16, 2020
- 9:35 am
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La reciente premio Nobel de Literatura de este año 2020, Louise Glück, de acuerdo con la facultad omnipresente de la prensa de encasillar cualquier cosa, puso en escena dos términos para su obra: poesía de la intimidad o poesía del posconfesionalismo, que le aplicaron de manera descomedida. Me imagino que el segundo voquible tiene que ver con el albur y la capacidad muy del siglo XXI: todo es pos: posverdad, poshumanismo, posciencia.
Pero aclaremos: la primera línea de poetas confesionalistas nació entre los años 50 y 60 del siglo XX en Estados Unidos con Anne Sexton, Silvia Plath, Robert Lowell, John Ahsbery, y posteriormente Mark Strand, entre otros. A esos creadores, el poeta Adam Zajewski indica que escriben a la americana, “confesando sus problemas y compartiendo sus penas con el lector”. Pero Strand puede revelar, antes que nada, una discreta intimidad, mientras que la poesía confesional de sus compañeros de viaje representa, en palabras de Fabián O. Iriarte en su texto “Poesía y subjetividad: poetas confesionales norteamericanos” “la apoteosis de la subjetividad en la escritura. La subjetividad yace (a veces, subyace) en la elección, descripción y evaluación del objeto elegido por el poeta para su poema, incluso en aquellas ocasiones en que el objeto es el propio sujeto escribiente”. Robert Lowell, en “La hora de la mofeta” muestra a un hablante lírico destruido: “Escucho / a mi maligno espíritu que gime por mis venas, / como si le apretara el cuello con la mano…/ Yo soy mi propio infierno. / Aquí no hay nadie”.
Y también, un corto fragmento de Anne Sexton en “Cigarrillos, whiskey y mujeres salvajes”: “Quizá nací de rodillas, / Nací tosiendo en el largo invierno, / Nací esperando el beso de la misericordia, / Nací con una pasión por la rapidez / Y aun así, al ir progresando las cosas, / Aprendí temprano sobre la estocada/ O sacarla, el vapor del enema”. Ella misma indicó: «Enfoco el poema como si hablara a través de una ‘persona’. Es un Yo».
Y agrega aún más Fabián Iriarte, sobre los poetas confesionalistas: el yo “efectúa su apuesta más fuerte y riesgosa” pues ha dejado de “ser un mero pronombre personal” para convertirse en un “cuerpo que desea ocuparlo, sitiarlo” con atributos ontológicos y espirituales, cristalizándose en un “sujeto con una historia”, o al menos a un “sujeto construido de imágenes que le tejen una historia” mediatizado por «obsesiones adolescentes», entre las cuales se encuentran: la “masturbación, suicidio, obsesión, locura, conflicto conyugal, homosexualidad, incesto, menstruación, aborto, narcisismo”, mostrando con ello la dualidad de la desintegración y la consecuente reintegración, “aunque a veces tal intento sea fallido”. Yo no diría que es malogrado: con solo encontrar esas temáticas, los poetas postulan no solo una reintegración propia, del poema y de su mundo doloroso y destructivo, sino también un reingreso a la sociedad (de manera artística, y con ello, crítica) que los despoja. He ahí la paradoja: el dolor de los otros nos conmueve y nos repliega. Una parte inicial de un poema de Silvia Plath indica: “Si la luna sonriese, se te parecería. /Das la misma impresión de ser algo hermoso. /Pero aniquilador”
Sea como sea, esta poesía confesional conlleva una voluntad ambiguamente unificatoria de dos términos, como se perfiló en el extracto del poema anterior: hermoso y aniquilador: lo malamente “hermoso” como exposición lírica penetrante, dura, y de lo “aniquilador”, como expresión de esos mundos derruidos, defenestrados. Entendemos, al mismo tiempo, que hay una épica de la subjetividad y una conexión autobiográfica a través de “un estadio del espejo”, una “unificación imaginaria”, del que surge un autorreconocimiento y luego el escritor-poeta se autoexplora hasta llegar al autoconocimiento que despliega con su escritura, aunque aparente que no lo ha logrado.
Leamos, en ese aspecto, un fragmento de “El iris salvaje”, de Louise Glück:
“Al final del sufrimiento me esperaba una puerta. / Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo. / Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante. / Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie. / Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura. / Luego todo se acaba: aquello que temías, / ser un alma y no poder hablar, / termina abruptamente”.
Llamadas de atención “personales”, subjetivas: “me esperaba una puerta”, “lo recuerdo”, “terrible vivir como conciencia”. Ello supone una conciencia reflexiva, con la que el escritor conjuga el peso de su dolor, de su palabra y de cómo la transmite mirándose a sí mismo y a los demás, al otro. Y es por ello que en el poeta surge entonces una “identidad narrativa”: soy el que cuento y voy y me reviso enfocándome en el pasado o en un presente confrontado. Configuro mi relato de manera coherente: soy un contador de vidas o de mi vida. Así mismo, puede observarse que la poesía confesional se repiensa como escritura del pasado que atraviesa el presente: la escritura representa también mi dolor actual: es un balance que cuento al lector. Surge allí el “pacto autobiográfico”: esto me sucedió a mí, créelo entonces, lector. Aunque muchas veces el escritor, el artista, el poeta, no está pensando en el otro, ahora esta pareciera estar pensándose como comunicación hacia la otredad.
La presunta escritura “posconfesional” de Louise Glück no es tal: aunque ella representa la apertura de un dolor, de una pérdida, pero en sentido universal, pues es acompañada de una ética y de una historia. Al mismo tiempo es permeado por aires intelectuales, de control, de reflexión. Algunos han señalado su coincidencia con cierta amargura a lo Wallace Stevens, cierta ingenuidad a lo Williams Carlos Williams, a lo que se agregaría la narratividad y la mirada familiar de un Roberto Frost.
Miremos, sobre ello, en «Amante de las flores», de Glück:
“En nuestra familia, todos aman las flores. / Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: / sin flores, sólo herméticas fincas de hierba / con placas de granito en el centro: / las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras / llena de mugre algunas veces… / Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo”.
La hablante invoca a su familia, sus labores metafóricas de jardinería, su consideración sobre las tumbas sin flores, que representan “solo herméticas fincas de hierba”. Hay allí una mirada moral, ética: somos una familia diferente, pues odiamos las tumbas sin flores. En esta distinción subyace la paradoja de la familia como representante del núcleo de la sociedad. Su visión unitiva. Es esta la que dicta los comportamientos sociales. Y es entre lo social y lo individual, cuando la voz del poeta se hace universal: es la voz de los otros: la poesía, el arte todo, verifica que en el escritor se manifiesta la preocupación por lo universal. De allí que, desde la Academia conceptuara sobre la poesía de Louise Glück como una “inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, torna la existencia individual universal”. La conciencia discursiva del buen poeta, del escritor notable, amplifica el sentimiento humano. Coincide con lo expresado por la escritora francesa Annie Ernaux para el periódico El Tiempo, y que pudiera suscribir la nueva premio Nobel de Literatura: “Lo que he vivido le pertenece a la humanidad, no creo que sea algo solamente personal. Son experiencias que me atraviesan. Ese término me gusta mucho. Quedo atravesada por eventos y pensamientos. En mis libros ha quedado claro de qué forma la Historia me ha atravesado como mujer, como ciudadana”.
En ese sentido, la poesía de Louise Glück encarna el discurso del yo como autobiografía que dialoga y despliega al ser humano en su conciencia, en sus problemas y situaciones extremas, por lo cual, desde una cosmovisión, amplía más el mundo más allá de la conciencia del dolor, de la soledad, auscultando, de manera crítica, la lucha por su lugar en el mundo, en y contra la Historia. Entonces, la familia se confunde y se funde con el mundo y la estrategia poética cobra sentido.
Esa aceptación y rechazo del mundo, pero también de mirarlo con ironía, se observa en el poema “Mañana lluviosa”: “No amas el mundo. /Si amaras el mundo habría / imágenes en tus poemas”. Y continúa más adelante la hablante lírica: “Todos podemos escribir sobre el sufrimiento /con los ojos cerrados. Deberías mostrarle a la gente / algo más de ti misma; mostrarles tu clandestina/pasión por la carne roja”.
Hay una burla paradójica e irónica en este poema: es posible que alguien insinúe la despreocupación de la persona o voz poética al manifestar las aparentes preocupaciones por la carne roja, pero en medio de ello la cruel ironía de este hablante anuncia taxativamente: “renunciar / al discurso no significa / suprimir la percepción”. En este sentido, el poema pudiera analizarse desde dos perspectivas: la primera, que busca precisamente replantear una visión crítica, exaltando la percepción presentada como una poética del entendimiento, como postura crítica, que conlleva además otro aspecto relevante: el texto contiene un planteamiento ético también, que burla burlando y saca doble crítica, trazando una línea particular en el que muestra la experiencia y la identidad propias de la poeta, combinándola, más que con la incertidumbre o la duda, con la certeza del ser: así, Glück afirma una experiencia diferenciada del mundo: aporta a través de su yo una reflexión histórica de luces morales y éticas, que trazan senderos también al lector. Pero recordemos: esta ética no es una ética institucional, sino, como dijo María Zambrano para el creador: “El poeta ya no está fuera de la razón, ni fuera de la ética; tiene su teoría, tiene también su ética propia, descubiertas por él mismo, no por el filósofo”.
Finalmente, desde la escritura, el poema da cuenta de otra dualidad: la que corresponde a esa percepción crítica e irónica del mundo en el que texto lírico se constituye en práctica poética en sí misma, cuya experiencia escritural cuestiona al mundo, encarrilándolo al mismo tiempo como teoría poética y como teoría ética (en realidad política también, por la connotación de lo ético) del sujeto. Por ello, el poema parece burlarse de su hablante, del universo y del mismo poema.
Por todo lo anterior, estas experiencias líricas del mundo no solo son “confesionales” (también Rubén Darío y Silva son “confesionales”, por indicar solo dos ejemplos). Louise Glück en “Amor bajo la luz de la luna” plantea: “A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación / a otra persona, a eso lo llaman /alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma”. El poema no termina allí, pues se trata de observar cómo “la luna sigue estando más que viva”, a pesar de lo escabroso del mundo. La preocupación de la poeta replantea que las preguntas profundas del género humano, en este poema y en realidad misma den el mundo, llegan a subsumirse por la influencia de la luna, por su belleza, lo cual nos hace ver que este necesita de la influencia selenita para vivir mejor. Tiene mucha coincidencia con el tema que plantea arriba Silvia Plath. Solo que esta última sitúa una relación personal, mientras Glück lo hace más general, universal.
Digamos conclusivamente: Louise Glück no pertenece a ningún tipo de poesía: solo nosotros somos capaces (por nuestra propia incapacidad) de encasillar; ni siquiera plantea una poesía épica del yo ni ética. Pero, al mismo tiempo, como poesía de la libertad, acepta todas esas designaciones y aún más: expresa los sentidos, los modos y comportamientos del ser humano, y, a través de su escritura, escancia la vida, la acerca, la comenta, la examina, encontrándose detrás de todo ello una ética, una (su) historia y la Historia. Louise Glück, como poeta, entonces, revela al mundo su subjetividad y experiencia, transmitiéndolas y mostrándolas también como nuestras.