Recorrer las páginas de Espinas procura la sensación de entrar en una casa ajena, sentarse cómodamente en un sillón de la sala y contemplar las fotografías de familia instaladas sobre el mueble principal. De manera inconsciente, el cerebro opera un proceso curioso: imagina las historias secretas que se encuentran detrás de cada rostro, elucubra en qué momento de su vida pasaba aquel adolescente cuando le tomaron esta foto en esa navidad; se pregunta qué escondía la sonrisa forzada de esa mujer, o en qué pensaba la abuela mientras sostenía entre sus brazos a su nieto recién nacido del vientre de su propia hija. Incluso surge la duda: ¿Ése seguirá vivo? Y si falleció, ¿Cómo ocurrió? ¿Cuál fue su último pensamiento?A lo mejor, las mujeres, hombres, niños y ancianas que aparecen en estas fotografías no tienen nada en común o incluso se odian, pero comparten un mismo relato: el de su familia. A su vez, una familia es la suma de las historias de cada fragmento de vida de quienes la conforman. Las familias se construyen narrándose a sí mismas: cada uno de sus integrantes aporta su pedazo dección a la trama general.Espinas es el retrato literario de una familia latinoamericana, basada en la propia vida de Arturo Molina Hernández. Los protagonistas de la familia Espinoza se desarrollan en la España rancia y conservadora de la dictadura, en la dulce y precaria Bolivia, y en la atmósfera de concreto de las unidades habitacionales que asfixian la Ciudad de México, donde vive el mexicanito Antar.En el libro conviven poderosos y derrotados, injusticias y desigualdad; la sociedad castiga los anhelos de los más jóvenes por vivir, reírse, hacer el amor, viajar al Machu Picchu o evadirse; la misma sociedad les tiende trampas llámese machismo, dinero fácil, alcohol o engaño, en las que varios caen.Los Espinoza son solidarios entre sí, ya sea por amor o por necesidad. El tío Gerardo siempre tendrá un sillón en donde echarse a dormir, a pesar de las molestias que provoque su alcoholismo en sus cercanos. Primos, tíos y padres caminan juntos y hacen un frente común contra la muerte, que se lleva a sus jóvenes y ancianos vestida de accidente, de vejez o de impulsos autodestructivos.Cada pérdida es como una espina clavada en el espíritu, espinas que se suman y quedan de por vida, escribe Carmen en una carta a Doña Blanquita, su madre, derrotada en su lucha contra la demencia.En cada época brotan flores en un rosal. Despliegan sus pétalos de color vivo, exhalan su perfume y, al cabo de unos días, se marchitan y se secan. Su existencia efímera le da su belleza a la planta, pero lo que permanece, al fin del cuento, son ramas cubiertas de espinas.