Pedagogía de la Sensibilidad y Construcción del Sujeto.

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El dialéctico, controvertido y productivo antagonismo entre razón y sensibilidad, indudablemente ha dado sus frutos con la aportación de diferentes perspectivas argumentativas para crear lo que se puede definir dentro de una hermenéutica de la sensibilidad, en la cual, lo afectivo-subjetivo es herramienta para establecer mecanismos de interpretación, o más aún, para posicionar lo comprendido en medio del dinamismo de la vida humana y su vinculación con el espectro cultural, más allá de lo sesgos que se pueden presuponer de la incorporación de la sensibilidad a los procesos argumentativos.

            No obstante, podemos  encontrar  ciertas y determinadas resistencias para vincular la subjetividad a los procesos de interpretación, llegándose hasta el extremo de negar su ponderación, factibilidad, profundidad y alcance de las propuestas realizadas; o en su defecto, a sectorizar exclusivamente su práctica para los textos artísticos, a quienes, en muchos casos, se resta su fortaleza argumentativa en nombre de una objetividad crasamente racionalista que no permite la consideración de la argumentabilidad soportada en procesos de subjetivación como procedimientos teórico-metodológicos.

            Ello ocurre con los debates sobre el proceso educativo y las implicaciones de las diferentes variables en los sujetos, su relación consigo mismos y los otros, entre ellas, la pedagogía.  Para muchos, una ciencia, para otros un arte; para efectos de esta propuesta argumental, la forma de inferir sobre los sujetos desde diferentes órdenes de la vida que indudablemente determinan su comportamiento en la sociedad. Por lo tanto, no sólo en los sistemas escolares está implicada la pedagogía, sino también en los procesos educativos llamados extramurales o informales. En todo caso, la pedagogía se inclinará a la sistematización de los aprendizajes con una finalidad eminentemente práctica, sea: ideológica, social, cultural, política o religiosa.

       Esto es, a la interdisciplinariedad que otorga la posibilidad de conjugar teorías frente al ámbito educativo y su aplicación concreta a determinado espacio social, por lo tanto, su objetivo es impactar el proceso educativo en todas sus dimensiones, para la comprensión de la cultura mediante la construcción del sujeto educativo. Asumida la pedagogía de la sensibilidad a manera de unidad de análisis centrada en el sujeto y no en los programas educativos o normativas de la escolarización que conduzcan solo hacia los propósitos del Estado docente. La intención es enfocar el sujeto educativo desde las figuraciones patémicas que provean espacios de libertad y realización, tal cual lo hacen otros espacios de escolarización.

       En tal sentido podemos hablar de una subjetividad descentrada al convertirse en imposición o manipulación por la fuerza o por el temor al castigo, por lo tanto, construye una semiosis desde el antagonismo permitido/prohibido para conformar el sistema de representación de valores no centrados en el sujeto sino en los discursos del poder hegemónico y su ley moral impuesta por el Estado, la cultura, la sociedad o la historia, al estar inserto en un colectivo, más aún en el educativo, a manera de ente susceptible a ser socializado, escolarizado, esto es, descentrado.

        Aún más, estamos en una sociedad hiperrealista que navega por los anchos caminos de la cibernética y permite la conjunción de la realidad y la ilusión de la imagen virtual en la cotidianidad de los sujetos; entonces estamos frente a una nueva diversificación de la razón, o más bien, bajo la alternativa de racionalizar los diferentes procesos del conocimiento y llevarlos a la normatividad social-educativa desde los mundos virtuales del yo.

        Bajo estas circunstancias la pedagogía constituye una muestra de los absolutos racionales o la absolutización racional de los sujetos a partir de los procesos educativos que los convertirán en sujetos cognoscentes de actividad práctica en beneficio colectivo. En este sentido, lo específicamente racional seguirá soportando las lógicas de sentido que se esgrimen en las sociedades del conocimiento. Será una pedagogía de `lo real´ que objetualiza las miradas y visiones de mundo; pero sin desechar en ningún momento o aspecto a la pedagogía de `lo simbólico` donde la imaginación es narratizable, constituye un rico espacio de representación que coadyuva en el sujeto a modo de catalizador y principio identitario.

       Entonces surge una interrogante ¿qué se puede entender como pedagogía de lo simbólico? Y la respuesta la traemos de la mano de la ontosemiótica, específicamente desde los postulados de las construcciones imaginales, en las cuales, el discurso metafórico trasciende lo literal y busca en lo extradiscursivo el orden simbólico que se hace objeto trascendente para proyectar al sujeto hacia lo colectivo a partir de la relación intersubjetiva. Porque paradójicamente, en nuestras sociedades verticalmente ciertas y de comprobación, el orden simbólico de la metáfora permea los discursos cotidianos y deja los ambientes retóricos que la circunscriben específicamente a las dimensiones de un recurso de sustitución, para convertirse en mecanismo generador de sentido y representación. Superando los espacios de confinamiento académico, para expresar lo inabarcable, la descripción de una emoción o del hecho considerado trascendente.

En tal caso, la cultura debe ser objeto dinámico reactualizado mediante las resignificaciones que le imprimen los sujetos desde diversos planos de la enunciación, no un estanco del pasado para rendirle culto y tributo en la euforia conmemorativa que la condene a una especie de vitrina inamovible en el tiempo. Lo mismo ha ocurrido con la historia y sus afanes cientificistas de mostrar la verdad a través del hecho histórico, siendo muy diferente su tratamiento cuando el referente histórico ingresa a los predios del discurso patémico y se alía con la imaginación donde el discurso volátil de la narración asume una fuerza simbólica incontenible.

Bajo estas reflexiones el sujeto no debe ser un mero objeto de estudio, sino transfigurarse en ente mediador de la intersubjetividad que ata a los individuos y sus espacios, creando la importante simbiosis como sujetos históricos para legar su subjetividad dentro del discurso cultural. Entonces, la subjetividad se transforma en elemento transgresor de los postulados ideológicos; o por lo menos, plantea la posibilidad de proponer una lógica de sentido desde los predios de la utopía, lugar de la enunciación que abre posibilidades para resignificar las realidades, hechos o acontecimientos.

Por lo que aquí respecta y a partir de la experiencia de la ontosemiótica en la interdisciplinariedad, estamos en presencia de las potencialidades de la subjetividad para construir lógicas de sentido y dar cuenta de las relaciones de significación enmarcadas en el proceso intersubjetivo establecido intrínsecamente en toda relación discursiva con la cultura subjetivada, esa cultura inherente al sujeto en profunda interacción con el lenguaje y su capacidades simbólicas para reconocerse sujeto en sus propias vivencias, al mismo tiempo, en el establecimiento de puentes empáticos con los otros; esto es, un tránsito del Yo hacia el Nosotros.